miércoles, 19 de marzo de 2008

El derecho a la pereza






Contra la nueva cultura laboral:
El Derecho a la Pereza
Guillermo Luévano Bustamante*

La batalla por el empleo para todos es una batalla
por la distribución social de los incrementos de productividad,
principalmente mediante la reducción del tiempo de trabajo.
De hecho se trata de subordinar los imperativos
de rentabilidad a los de justicia y paz.[1]


1. Preludio
Contra la llamada cultura laboral es posible oponer el derecho natural, elemental, inmanente que todos los seres humanos tenemos a la pereza. No a una pereza que signifique inmovilidad, ni siquiera pasividad, se trata de una actitud gozosa que permita disfrutar de actividades recreativas y gratificantes relegadas actualmente en aras del trabajo asalariado.
Además del sentido pernicioso del trabajo per se hemos sido contagiados como sociedad por un padecimiento terrible que es el amor al trabajo. Como una cualidad de los trabajadores, los patrones celebran de sus asalariados el “compromiso con la organización”, la “entrega” y el “sacrificio” por la empresa; “ponerse la camiseta” dicen.
Esta actitud de entrega por parte de los trabajadores y del impulso a más trabajo[2] por parte de los empresarios ha sido cobijada en años recientes por una política del gobierno federal implementada a través de la Secretaría del Trabajo que llamaron pomposamente “Nueva cultura laboral”, que de nueva tiene muy poco pues se trata de un refill de una vieja intención patronal de convencer a los trabajadores de que la unión de los sectores empresarial y trabajador es la mejor solución a los problemas que aquejan a uno y a otro.
Frente a esta postura de la cultura del trabajo impulsada ya en la Europa del siglo xix, Paul Lafargue, yerno de Marx, ergo marxista por afinidad o por necesidad, planteó la existencia del derecho universal a la pereza además como una posición que los socialistas revolucionarios debían defender. Publicó sus opiniones al respecto en un célebre libro de la literatura socialista pero que hoy es poco conocido más allá del ámbito académico o de los sectores políticos de izquierda.[3]
En la sociedad contemporánea el trabajo no es propiamente libre en tanto que no se realiza por un deseo de desarrollo humano o profesional, sino por una necesidad esencialmente vital: la búsqueda de satisfactores, lo cual constituye una limitación cuando no una coacción. Esta concepción de un trabajo no-libre es identificada con Lafargue pero antes con Marx y después con muchos pensadores marxistas. Mas bien el trabajo tiene, en este sentido, un carácter antinatural.
Entonces es preciso distinguir en este texto dos concepciones de trabajo. La primera es una concepción antropológica, comprende al trabajo como una necesidad humana esencial y originaria, atemporal, la cual expresa la capacidad de los individuos de producir artículos útiles y transformar la naturaleza mediante el uso de la razón, la creatividad y la fuerza física. La segunda noción del trabajo es la forma histórica que éste adquiere, suele confundirse con el trabajo mismo, pero es más precisamente la fuerza de trabajo, la que es susceptible de ser comercializada como una mercancía, pese a la proscripción legal vigente en ese sentido.
En la actualidad hay una intención gubernamental manifiesta de reformar la ley del trabajo para que vaya acorde con esa política de la cultura laboral que sostiene -solo en un plano retórico- que la solución a los problemas sociales es: más trabajo. Hay hambre y miseria: más trabajo; hay desigualdad: más trabajo; hay inseguridad: más trabajo; la economía del país va mal: más trabajo. En todo caso frente al desempleo, efectivamente la demanda recurrente es más trabajo, mi propuesta es más trabajo pero mejor repartido, entre los desempleados y entre lo sectores de la sociedad que trabajan muy poco y ganan mucho.
Para los detractores de esta cultura dañina y enfermiza que venera al trabajo como panacea, como fin y sentido de la vida, el horario de labores debe reducirse al mínimo posible pues entre más largo es el jornal más se deprecia el valor real del trabajo. Es posible que muchas personas verdaderamente disfruten haciendo su trabajo pero en todo caso la crítica al fetichismo laboral vertida en estas líneas por un lado combate el trabajo obligado por las circunstancias sociales, el trabajo para otros, y por otro lado defiende el derecho inalienable que todo hombre y mujer tenemos a la pereza.

2. La Nueva cultura laboral
La firma de los convenios que dieron inicio formal a la implantación de la Nueva cultura laboral estuvo viciada de origen por rasgos del viejo régimen político: acuerdos cupulares, verticalismo, exclusión del sindicalismo independiente, imposición hegemónica de los criterios gubernamentales, resabios de autoritarismo[4] y general antidemocracia. A pesar de todo esto, inició su vigencia como política obrera y hacia su cumplimentación se encaminan los esfuerzos de la Secretaría del Trabajo, del sector empresarial y de uno de sus promotores principales: Carlos María Abascal Carranza. La reforma a la Ley Federal del Trabajo, para flexibilizarla, coronaría en cierta forma sus esfuerzos.[5]
Las conversaciones a favor de la Nueva cultura laboral iniciaron el 25 de julio de 1995, hace ya diez años, en las que estuvieron presentes por un lado, el jefe sindical Fidel Velásquez en representación de la ctm y por parte del sector empresarial el entonces dirigente patronal Carlos Abascal en representación de la coparmex, quienes a decir de la Secretaría del Trabajo, “determinaron poner fin al antagonismo histórico”[6] como si esto fuera posible mediante un acto volitivo, desconociendo años de historia y sucesos y elementos ajenos a su propia determinación y poner fin a una condición sociológica inmanente.
Los documentos signados por los dignos representantes de ambas clases sociales, (enemistadas por siglos pero hoy hermanadas gracias a Carlos Abascal y Fidel Velásquez) están orientados a fomentar la productividad y el aumento de empleo, sin embargo la lectura de dichos convenios acusa una predominancia de los intereses patronales en los objetivos propuestos. El documento “Por una nueva cultura laboral” da por hecho consumado lo que en realidad constituye una opinión: “Para poder elevar el nivel de vida de la sociedad, es necesaria una mayor productividad, que debe permitir una remuneración mejor”.[7]
Luego el mismo documento sostiene

El trabajo contribuye a la realización personal y al logro del bien común familiar y nacional, por lo que debe valorarse mediante un salario justo, tomando en cuenta la situación del trabajador y su familia, así como las posibilidades de la empresa y las condiciones económicas del país.[8]

¿Es justo el salario mínimo que se percibe en el país? debo suponer que no lo es en virtud de la última parte del párrafo lo cual implica una consideración sobre las condiciones del país, por lo tanto enuncia simplemente una verdad de Perogrullo inútil en todo sentido para mejorar dichas condiciones en general y las de los trabajadores en lo particular. O quizá la noción de justicia aludida en ese enunciado me es absolutamente ajena o incomprensible.
Luego dice el documento en mención: “Vivimos en un mundo económico globalizado. Esta realidad debe impulsar la creatividad, la responsabilidad social, la imaginación de todos los mexicanos.” Supongo que los esfuerzos gubernamentales [ junto con los patronales y sindicales expresados en los acuerdos] obtienen frutos con la changarrización que es finalmente una muestra del ingenio de los mexicanos para hacer frente al desempleo.
Proponen además los signantes en el documento multicitado que “La resolución de controversias ha de sustentarse, en el marco de la ley, en los valores fundamentales de la justicia, la equidad y el diálogo” ¿es la equidad una condición real en los conflictos laborales? ¿tiene la mayoría de los trabajadores las condiciones mínimas para enfrentar un proceso largo y enredoso?
En general los acuerdos impulsores de la “nueva” cultural laboral son pretensiones encaminadas a obtener la mayor productividad de las empresas y de esa forma, se sostiene, se elevarán los niveles económicos de los trabajadores y de la sociedad en general. Pero ¿no tenemos ya en el país muchas empresas millonarias? Sobre todo ahora que con la globalización económica se han venido afianzando las compañías trasnacionales en detrimento de las locales, ¿la presencia de dichas compañías ha mejorado los niveles de vida de los trabajadores, debido a su “mayor” productividad?

3. Por otra comprensión del trabajo
El trabajo fue, de hecho, hasta el siglo XVIII considerado como un castigo, era una actividad onerosa exclusiva de las clases bajas, una penitencia. La exaltación del trabajo como un valor social empezó con los luteranos y con los calvinistas en los albores del capitalismo europeo y de ahí se difundió a los Estados Unidos como toda una moral laboral.[9] “esto se refleja en la teoría económica clásica que considera al trabajo como fuente de todo valor, complementada con la visión de la sociedad y del hombre como un gran mercado”.[10]

También los griegos de la época dorada despreciaban el trabajo: solo a los esclavos les estaba permitido trabajar, el hombre solo conocía los ejercicios corporales y los juegos de la inteligencia. Era también el tiempo en que se caminaba y respiraba en un pueblo de hombres como Aristóteles, Fidias, Aristofanes. Los filósofos de la antigüedad enseñaban el desprecio al trabajo, esa degradación del hombre libre, los poetas cantaban a la pereza, ese regalo de los dioses:
O Melibea, Deus nobis haec otia fecit[11]

Es preciso antes de continuar, establecer claramente la diferencia entre las dos concepciones de trabajo a que me refiero aquí, la primera lo concibe como una necesidad vital de los seres humanos que expresa la capacidad de transformar la naturaleza mediante la creatividad y la fuerza física, el trabajo así entendido es enteramente defendible y necesario. La segunda concepción es la forma histórica que el trabajo adquiere (esclavitud, repartimiento, servidumbre, feudalismo o trabajo asalariado), quizá tiene que ver con la diferencia establecida por Marx entre trabajo y fuerza de trabajo. Esta última es la que es susceptible de ser vendida y comprada pese a la miopía de muchos abogados positivistas (que lo son sin plena consciencia de su adscripción teórica). Como señala Octavio Lóyzaga de la Cueva siguiendo a Oscar Correas: “Los abogados, […] reciben, por lo general una instrucción eminentemente jurídico formal, alejada normalmente de las ciencias sociales. De ahí que les resulte difícil poner en duda el articulado que establece que la fuerza de trabajo no se encuentra dentro del comercio”.[12] Y es del mismo modo, esta segunda concepción de trabajo la que critico.
Es evidente el aumento del trabajo en los últimos años, sin embargo es preciso advertir una característica: han aumentado las horas laboradas en el mundo pero eso no significa una reducción directa en las proporciones de desempleo, por el contrario, ese aumento está significando que los trabajadores activos [me permito esta distinción obvia para aclarar el punto] están laborando más horas.[13]
Debo aceptar que las demandas obreras de los siglos XIX y XX que procuraban una reducción real del tiempo de trabajo [frente a las jornadas de 16 ó 18 horas diarias se exigía el establecimiento de una jornada máxima de 10, 9 y finalmente de 8 como dispone la legislación vigente], hoy serían rebasadas por una demanda mucho más popular: empleo, lisa y llanamente, dicha demanda sería sostenida evidentemente por los millones de desempleados.
Sin embargo cuando hablo aquí de una reducción real del trabajo estoy planteando una mejor distribución de la actividad laboral y productiva, pues hay sectores de la población que trabajan poco y ganan mucho en contraste con un amplio sector que trabaja mucho y gana poco. De manera que, sostengo, siguiendo de nueva cuenta a Jean-Marie Harribey que “la batalla por el empleo para todos es una batalla por la distribución social de los incrementos de productividad, principalmente mediante la reducción del tiempo de trabajo. De hecho se trata de subordinar los imperativos de rentabilidad a los de justicia y paz. Pero, al decir esto, se aparta de la economía en cuanto tal para acercarse a la ética. Se ocupa menos del valor que de los valores.”[14]

5. El derecho a la pereza
Paul Lafargue nació en Santiago de Cuba en 1842, aunque pronto se mudó a Francia, llevado por su padre, un rico comerciante de vinos. Cursó sus estudios en Burdeos y Toulouse, luego en la Universidad de París, de donde fue expulsado por su participación en actividades revolucionarias, entre las que se cuentan deshonrar la bandera francesa, injuriar al clero y alzar banderas rojas pronunciando discursos.[15]
Debido a su expulsión de la Universidad, se trasladó a Inglaterra donde conoció a Karl Marx con quien discutía posiciones filosóficas e ideológicas aunque finalmente casó con su hija Laura.[16] No pocas veces Paul Lafargue hizo disgustar a su suegro debido a su defensa de las ideas de Proudhon, con quien Marx tenía fuertes diferencias, sin embargo Lafargue acabo siendo marxista, a su modo.
Paul Lafargue escribió hacia 1880 El derecho a la pereza, obra en la cual hace una crítica del fetichismo laboral en la sociedad capitalista, denunciando como hay una repartición inequitativa del trabajo social, lo cual impide que los obreros gocen de tiempo libre, condición que va perpetuando el estado de las cosas. Con profunda ironía anuncia sin titubeos la solución radical: el fin del trabajo, a través de su prohibición.
Para ello debemos entender también su propuesta y su defensa del derecho a la pereza. Al parecer Lafargue tenía el referente de una obra de Moreau Chistophe titulada El Derecho al ocio, sin embargo Lafargue no defiendía el ocio,

la pereza reivindicada […] carece de todo parentesco con la pasividad o la inacción; es un ataque demoledor al “dios” trabajo, embrutecedor y miserable, propio de la sociedad moderna […] El derecho a la pereza es entonces, una especie particular de apelación a la joie de vivre – el deleite, el placer, el gozo de vivir […][17]

De hecho, muchos trabajadores mexicanos en general recurren a medios de contención contra la cultura laboral. Muchos burócratas utilizan gran parte del horario de su jornada de trabajo en actividades no laborales: convivios en oficinas públicas, consumo de alimentos fuera de las horas permitidas, compra y venta de accesorios múltiples, permisos, licencias y escapadas clandestinas, horas y horas consumidas en conversaciones telefónicas, etc. De manera que de poco le sirve al patrón, en este caso el gobierno, establecer jornadas de siete u ocho horas cuando se trabajan efectivamente apenas cinco o seis. Ese consumo de tiempo indebido es oneroso para el Estado y por tanto indeseable, pero real.
Aunque no sólo los trabajadores al servicio del Estado realizan estas prácticas de resistencia, muchos trabajadores mexicanos han venido sosteniendo sobre todo en los últimos años un discurso oculto frente a la concepción estereotipada que los considera flojos e improductivos. En oposición a la invisibilidad y la poca incidencia que tienen los trabajadores en el proceso productivo pese a su importancia en él, simulan un mayor desempeño en forma discursiva, incluso en los convenios y acuerdos sindicales, pero en la práctica optan por trabajar poco, considerando que de ese modo perjudican al patrón y a la empresa de la cual no se sienten parte y así logran vengar la omisión y la desatención que padecen por parte del sistema económico.[18] Además muchos trabajadores mexicanos responden con una actitud “antiintelectualista” defendiendo el conocimiento empírico, reivindicando el tiempo libre y repudiando el horario de trabajo.

Si las empresas los consideran ajenos al progreso, ellos se consideran ajenos a la empresa. A la narrativa hegemónica de un mexicano flojo, impuntual, asistemático, poco ético e incapaz de modernizarse, se opone un guión oculto según el cual el mexicano puede con un alambrito, arreglar las máquinas que ni los extranjeros pueden componer bien, puede trabajar duro cuando quiere, puede burlarse del patrón y engañarlo, es cumplidor cuando se le cumple a él.[19]

En tono irónico Lafargue explica su idea de la modificación de la situación acerca del trabajo y la pereza:

Si al disminuir las horas de trabajo, se conquistan para la producción social nuevas fuerzas mecánicas, al obligar a los obreros a consumir sus productos, se conquistará un inmenso ejér­cito de fuerzas de trabajo. A partir de entonces el mercado de trabajo estará desbordante; entonces será necesaria una ley férrea para prohibir el traba­jo: será imposi­ble encontrar ocupación para esta multi­tud de ex improductivos, más numerosos que los piojos. Y luego de ellos, habrá que pensar en todos los que proveían a sus necesida­des y gustos fútiles y dispendio­sos. Cuando no haya más lacayos y generales que galardonar, más prostitutas solteras ni casadas que cubrir de encajes, cañones que perforar, ni más palacios que edifi­car, habrá que imponer a los obreros y obreras de pasamane­ría, de encajes, del hierro, de la construc­ción, por medio de leyes seve­ras, el paseo higiénico en bote y ejer­cicios coreo­grá­fi­cos para el restable­cimiento de su salud y el perfeccio­namiento de la raza […]
En el régimen de pereza, para matar el tiempo que nos mata segundo a segundo, habrá espectáculos y representaciones teatrales todo el tiempo; será el trabajo adecuado para nuestros legisla­dores […]
Si la clase obrera, tras arrancar de su corazón el vicio que la domina y que envi­lece su naturaleza, se levantara con toda su fuerza, no para reclamar el Derecho al Trabajo (que no es más que el derecho a la miseria), sino para forjar una ley de bronce que prohibiera a todos los hom­bres trabajar más de tres horas por día, la Tierra, la vieja Tierra, estremecida de alegría, sentiría brincar en ella un nuevo univer­so [...][20]

6. Conclusión
Es indudable que nuestra sociedad se halla enferma de trabajo, y para curarla es preciso que esta actividad humana que debería ser gratificante y es hoy denigrante por forzosa y necesaria, sea mejor repartida y de ese modo los resultados se traducirán en beneficios sociales. Durante años se ha dicho que la legislación mexicana es obrerista, sin mucho fundamento, pues la realidad es que las condiciones de vida de los trabajadores no mejoran en mayor grado debido a la ley. Los mismos sindicatos han pervertido su función, salvo honrosas excepciones los líderes sindicales son ilegítimos, corrompibles y propatronales. Los acuerdos por una Nueva Cultura Laboral firmados en nuestro país hace ya diez años pretenden emprender una serie de medidas para mejorar las relaciones laborales y aumentar la productividad. Sin embargo estos acuerdos que pretendían modernizar fueron hechos con las reglas del pasado reciente: verticalismo, exclusión, antidemocracia, etc. Una vieja oposición a la Cultura Laboral es la propuesta de Paul Lafargue, el derecho a la pereza, que sin duda se presenta hoy con fuerza y absoluta vigencia. Repartir mejor el trabajo, limitar la jornada laboral a solo 3 horas diarias, o mejor aún decretar el fin del trabajo mediante su prohibición. Se trata sin duda de una propuesta sumamente provocadora, pero llena de esperanza, y a mi parecer, inspirada en una idea de justicia incuestionable: el reparto equitativo del trabajo social y el derecho incuestionable al tiempo libre, a la recreación, al esparcimiento, al fomento a las artes, a la pereza.





Bibliografía
Bourdieu, Pierre, y Gunther Teubner, La fuerza del Derecho, Bogotá, Ediciones Uniandes, 2002
Cáceres Nieto, Enrique, Lenguaje y Derecho. Las normas jurídicas como sistemas de enunciados, México, D.F., Cámara de Diputados lviii Legislatura – Unam, 2002
Dávalos, José, Derecho del Trabajo, México D.F., Ed. Porrúa, 1994
De la Cueva, Mario, El nuevo derecho mexicano del trabajo, ed. Porrúa, México D.F., 1977
De la Garza Toledo, Enrique y Julio César Neffa, El trabajo del futuro, el futuro del trabajo, Buenos Aires, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, 2001
Guadarrama Olivera, Rocío (coordinadora), Cultura y trabajo en México. Estereotipos, prácticas y representaciones, México D.F., Universidad Autónoma Metropolitana, 1998
Lafargue, Paul, et al, Contra la cultura del trabajo, Buenos Aires, Ediciones RyR, 2002
Lóyzaga de la Cueva, Octavio, Esencia, apariencia y uso del Derecho del Trabajo, México D.F., Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, 1992
Marx, Carlos El Capital. Crítica de la Economía Política, La Habana, Ed. Nacional de Cuba, Tres tomos, 1962

Citas electrónicas
Ley federal del trabajo, Suprema Corte de Justicia de la Nación, Poder Judicial de la Federación, México, versión en CD-ROM, 2000
Pagina web de la Secretaría del Trabajo y previsión social, http://www.stps.gob.mx/, consultada el 20 de febrero de 2004

* Abogado por la Facultad de Derecho UASLP, Maestro en Historia por El Colegio de San Luis, AC y actualmente estudia el doctorado en Antropología Social en el CIESAS Occidente.
[1] Harribey, Jean-Marie, “El fin del trabajo: de la ilusión al objetivo” en De la Garza Toledo, Enrique y Julio César Neffa, El trabajo del futuro, el futuro del trabajo, Buenos Aires, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, 2001, p. 45
[2] Lo cual no significa un compromiso de su parte con la creación de más empleos sino la asignación de una mayor cantidad de trabajo en los empleos ya existentes, disfrazada de mayor productividad.
[3] Recientemente fue reeditado en Buenos Aires, Argentina por una organización académica política llamada Razón y Revolución, que me hizo el favor de proveérmelo: Lafargue, Paul, “El derecho a la pereza” en Lafargue, Paul, et al, Contra la cultura del trabajo, Buenos Aires, Ediciones RyR, 2002.
[4] Reygadas Robles Gil, Luis, “Estereotipos rotos. El debate sobre la cultura laboral mexicana” en Guadarrama Olivera, Rocío (coordinadora), Cultura y trabajo en México. Estereotipos, prácticas y representaciones, México D.F., Universidad Autónoma Metropolitana, 1998, pp. 151 y 152
[5] A la fecha en que redacto este ensayo (Octubre de 2005) no ha sido aprobada dicha reforma pero es inminente.
[6] Documentos de la Nueva Cultura Laboral en Pagina web de la Secretaría del Trabajo y previsión social, http://www.stps.gob.mx/, consultada el 20 de febrero de 2004
[7] Documentos de la Nueva Cultura Laboral, loc. cit.
[8] Documentos de la Nueva Cultura Laboral, loc. cit., las cursivas son mías.
[9] De la Garza Toledo, Enrique y Julio César Neffa, El trabajo del futuro, el futuro del trabajo, Buenos Aires, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, 2001, p. 12
[10] Idem.
[11] Lafargue, Paul, “El derecho a la pereza” en Lafargue, Paul, et al, Contra la cultura… op. cit., p. 193
[12] Lóyzaga de la Cueva, Octavio, Esencia, apariencia y uso del Derecho del Trabajo, México D.F., Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, 1992, p. 64
[13] Jean-Marie Harribey lo ha documentado: “A pesar del aumento del desempleo, la cantidad de empleos asalariados no retrocede en ningún lado a largo plazo. Dentro de los países de la OCDE, el empleo aumentó un 19,7% entre 1981 y 1997, es decir una tasa promedio de 1,06%. En la Unión Europea, el aumento es débil pero real: 1,03% entre 1981 y 1997, es decir 0,2% por año en promedio. Crecimiento del desempleo no significa entonces disminución equivalente de cantidad de empleos” en “El fin del trabajo: de la ilusión al objetivo” en De la Garza Toledo, El trabajo del futuro…op. cit., p. 34
[14] Ibidem, p. 45
[15] Sartelli, Eduardo, “Trabajo y subversión: Paul Lafargue y la crítica marxista de la sociedad burguesa” en Lafargue, Paul, et al, Contra la cultura… op. cit.
[16] Ibidem.., pp. 11 y 12
[17] Reiznik, Pablo, “La pereza y la celebración de lo humano. El trabajo como categoría antropológica” en Lafargue, Paul, Contra la cultura del trabajo… op. cit., p. 93
[18] Reygadas Robles Gil, Luis, “Estereotipos rotos…” p. 153
[19] Idem.
[20] Lafargue, Paul, “El derecho a la pereza” en Lafargue, Paul, et al, Contra la cultura, pp. 211 y 212

No hay comentarios: